viernes, 13 de junio de 2008

No matarás: argumentos de la moral

Es indudable que al hablar de la muerte cualquiera quedaría estupefacto y la negaría en toda su dimensión. Se podría decir: “me podría pasar a mi, a mi familia”. El mandato del “no matarás” al que hace referencia Oscar del Barco en su artículo que retoma la entrevista a Héctor Jouvé publicada en “La Intemperie”, es un argumento desde la moral y por lo tanto cultural. Es decir, no es algo que se nos impone, que no podamos eludir, sino que por el contrario forma parte de nuestra cultura y de cómo nos configuramos el mundo.

Oscar del Barco pone como argumento al mandato moral para hacer referencia a la “Teoría de los dos demonios”: “En este sentido podría reconsiderarse la llamada teoría de los 'dos demonios', si por 'demonio' entendemos al que mata, al que tortura, al que hace sufrir intencionalmente. Si no existen 'buenos' que sí pueden asesinar y 'malos' que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto 'derecho' a matar? ¿Qué diferencia hay entre Santucho, Firmenich, Quieto y Galimberti, por una parte, y Menéndez, Videla o Massera, por la otra?”. En realidad lo que hace del Barco a través de un argumento moral es clausurar toda forma de interpretación. La muerte sería mala, entonces no tendría sentido hablar de más nada. De esta forma no se podría pensar qué fue lo que llevó al tan fatídico acto de matar. “Un argumento central para legitimar sus acciones armadas es aquel que defiende al homicidio no como acto deseable sino como gesto eficaz e incluso como fatalidad histórica, al menos mientras existan millones de excluidos y sometidos por la violencia del sistema. No es que uno desea matar sino tiene que hacerlo”, argumenta Osvaldo Baigorria, refiriéndose a las guerrillas que hubo en la década de 1960 en la Argentina. El escritor de esta forma destaca como un ejemplo de una posible objeción al principio de no matar, a la violencia durante una rebelión popular.

Lo que se debería discutir por lo tanto no son los hechos sino más bien las circunstancias. No se puede encasillar a la acción de matar dentro de los polos opuestos de lo que está bien o lo que está mal. Está claro, la ejecución de una persona es un crimen, sin embargo por allí no pasa esta discusión. En todo caso, hay un acuerdo generalizado de que la muerte es algo aterrador, algo que nos conmociona, debido a que la vida es considerada, en algunas sociedades, como uno de los principales valores. La muerte en este sentido es vivida como la peor de las tragedias. De esto no se puede inferir el principio de no matar en ninguna circunstancia y bajo ningún atenuante. Son cosas distintas que no pueden ser equiparadas. “Reducir la violencia a una gramática del mal, tacharla en nombre de una actualidad más civilizada constituye, en el mejor de los casos, una cruel ironía que, como ya destacó Castoriadis, esconde una trágica realidad histórica: sin las luchas de los oprimidos, sin sus violencias y derrotas, las formas de dominación serían aún infinitamente peores”, manifiesta Ricardo Foster.

En este pequeño apartado no se buscó defender la muerte como un principio a desarrollar sino como un principio que puede llegar a ser justificable. No hay dudas de que aquella justificación de la acción de matar deberá estar atravesada, como argumenta Baigorria, no por un deseo, sino como algo que se hace inevitable, como un último recurso y no como una planificación de la muerte misma.

El “no matarás” desde Oscar del Barco...

En su intervención Oscar del Barco abre la polémica al referirse la fusilamiento de dos jóvenes guerrilleros asesinados en el década del 60´. Tras leer el relato de la ejecución de Adolfo Rotblat y Bernardo Groswald, narrado en la revista La Intemperie por un ex militante del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), del Barco hace un llamado a la reflexión para reconocer las propias culpas, no sólo de aquellos que asesinaron a los jóvenes guerrilleros sino de todos aquellos que apoyaron a los ejecutores, que según él son igual de responsables. El mandato del “no matarás” se hace inviolable en cualquier circunstancia, se hace mandato divino. Los ideales quedan eclipsados ante el peor de los pecados: el asesinato.

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