lunes, 2 de octubre de 2006

En la plaza antimovilización

Los pasos entrecruzados con las sombras serpenteantes se desplazan hacia la música, sin amontonarse junto al escenario que da la espalda a la calle Donato Álvarez. La plaza Aramburu, con sus columnas de cemento imponentes y su nombre resistido e inexplicable se colma de gente dispersa que mira de lejos, y que de cerca anticipa el armado rápido de algunos stands circundando el terreno. Desde un muro de cemento dos jóvenes prueban una especie de larga trompeta, que mide cerca de dos metros, mientras que por momentos miran al escenario tapándose los ojos con una de las manos para evitar el sol y lograr ver a la mujer que prueba un micrófono sobre el escenario. Alrededor de las 5 de la tarde se corta la música - Bienvenidos al Festival Urbano Rizona, estamos acá conmemorando el 30º aniversario de la noche de los lápices y para promover la reunión y el intercambio cultural, esto lo organizamos los centros barriales de caballito y flores, Roberto Arlt y El eternauta, y lo hicimos en el límite de los dos barrios- dijo un hombre desde el escenario, luego se baja y una música de percusión, estilo africano comienza a satisfacer los oídos. Dunumba se llama la banda, que atrae la atención masculina al escenario por una joven que se mueve con frenética exaltación. Poco después los stands ya están armados y la gente se acerca, camina entre los cubículos, uno de ellos corresponde a la campaña para la erradicación contra la rubéola, en otro se exponen artesanías y orfebrería, también uno de los gazebos es de prevención contra el SIDA. De pronto aparece un pañuelo y un prendedor con una cara joven, entonces una mujer normal se transforma en una madre de plaza de mayo, que sube al escenario, toma el micrófono y recuerda “lo que se conoce como la noche de los lápices”, dice que el gobierno actual es el único que ha tomado como política los derechos humanos y ruega con un grito por la aparición con vida de Julio López, a lo que el público responde con un aplauso de incógnita, de nervio contenido que se prolonga ,un poco más de lo normal, en el tiempo y que sigue los pasos de una de las que fueron llamadas “locas”, las locas de la plaza, cuando no sabían donde estaban sus hijos. Desde uno de los pocos lugares de césped, libre de las columnas de cemento, que según un joven se crearon para evitar concentraciones y protestas, comienzan a sonar dos largos instrumentos de viento mientras sus músicos realizan contorciones con el cuerpo, como si estuvieran sacando todo el aire que queda en sus pulmones. Las sombras se van estirando, se hacen más largas, y 6 bandas pasan por el escenario mientras el barrio se acerca, pese a las columnas grises y los recuerdos tristes, como un Rizoma, esa planta que puede reproducirse sin necesidad de la semilla, ya sea desde la raíz, el tallo, o una rama, comparten ideas, recuerdos mientras escuchan melodías ,horizontalmente, porque la historia les ha enseñado que las ideas pueden salir desde cualquier lugar y no sólo desde el centro, por eso ellos desde la plaza Aramburu, justo en el límite entre Caballito y Flores cantan por un pueblo con memoria.

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